Maratonianos de la vida

El día de una maratón es un día de fiesta. Es el día en el que sales a disfrutar de la carrera y a que tu cuerpo cumpla con el cometido para el que llevas meses preparándolo. Es el día en el que puedes pararte a saborear y descansar tras un ciclo de entrenamiento largo: de muchas semanas para los que conocemos la distancia y corremos con regularidad o de meses e incluso años para aquellos que comienzan con la ilusión de emular a Filípedes.

Meses en los que has salido a correr con calor, frío o lluvia. De día o de noche según el trabajo te permitiera cuadrar o a deshoras porque es cuando la familia o los niños duermen y te dan un respiro. En buenas condiciones o doliéndote las piernas de los días anteriores. Con ganas de salir y desfogar después de llevar todo el día sentado en una silla o con una pereza terrible porque lo único que querías era quedarte en el sofá viendo una serie. Has salido completamente solo o con tu grupeta, esa que te da vidilla. Has cumplido con tu entrenamiento estando pletórico, contento y animado por la motivación que te supone el reto que tienes por delante pero también apático, triste o hundido por un día de mierda, una mala racha o una depresión.

Da igual cómo pero lo has hecho, has cumplido con tus entrenamientos y has llegado a la meta, esa que no está tras cruzar una línea sino justamente antes de traspasarla por primera vez: has llegado preparado y en buenas condiciones para recorrer, sufrir y disfrutar de esos 42.195m que te quedan por delante.
Has cumplido con tus entrenamientos y has llegado a la meta, esa que no está tras cruzar una línea sino justamente antes de traspasarla por primera vez.
Hace aproximadamente cinco años empecé a correr -por fin y después de varios años caóticos- con constancia. Desde entonces llevo unas cuantas carreras, varios miles de kilómetros en las piernas y muchas horas de entrenamiento. Hoy creo que puedo llamarme -siempre humildemente- maratoniano, porque es ya un tiempo respetable en el que le he enseñado a mi cuerpo a cumplir una disciplina y a ser capaz de comprometerse con un objetivo. A ser lo que no soy en casi nada más: constante.


Dice Jaime Rodríguez de Santiago en Kaizen -uno de mis podcasts favoritos- que "la constancia es la forma más sencilla de conseguir resultados exponenciales" y mucho antes los latinos ya tenían su propio proverbio para alabar esta virtud: Constantia fundamentum est omnium virtutum ("La constancia es el fundamento de todas las virtudes").
La constancia es la forma más sencilla de conseguir resultados exponenciales.
Los fundadores de este blog -David y Salo- saben perfectamente de lo que hablo pues llevan muchos años, sino casi una vida, dedicando cuerpo y alma a hacer lo que más les gusta: el deporte en muchas de sus modalidades y disciplinas. Pero el concepto de constancia se extiende a todos los ámbitos y personas; solo con la práctica y el perfeccionamiento conseguimos avanzar.

Desde aquí mi pequeño homenaje a los y las que sois constantes: desde la currante que se levanta cada día para sobrevivir y hacer su trabajo de la mejor forma posible hasta el opositor que lleva años preparando un examen; un músico que lleva formándose y practicando desde la infancia o una investigadora que tras lustros de trabajo en la sombra y cientos de caminos explorados consigue encontrar una idea o una hipótesis prometedora, financiación para un proyecto o simplemente acreditarse. 

Pero por supuesto también a quienes lo hacen por puro placer: esas aficiones a las que dedicamos muchas horas de nuestras vidas sin más motivo que el disfrutarlas, aprender y mejorar en ellas. Porque es ahí, en las cosas que hacemos por puro deleite, donde cobra sentido el motto de NO CLUB Project: "Passion no Religion".

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